El poder de Special Time: Mi hijo a sus 6 años juega una y otra vez a nacer

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Un día de invierno, cuando mi hijo de 6 años estaba en kinder, una vez más me sorprendí del tremendo poder que tiene hacer “Special Time” con el, y es que además que a el le encanta he podido ver efectos muy positivos en nuestra relación y su persona. Ya lo habíamos practicado muchas veces, y había sido testigo de cómo él en varias oportunidades ocupaba este tiempo para trabajar distintas situaciones que lo estaban complicando en su vida. También sucedía que, al terminar el tiempo y sonar la alarma, a veces mi hijo me mostraba emociones guardadas, que yo aprovechaba de escuchar y acompañar. Pero este día, además de suceder lo anterior, esta herramienta estaba permitiéndole resolver asuntos que habían quedado atascados en forma muy temprana en su vida… Tan temprano como su parto.

No siempre he tenido claro qué es lo que mi hijo o hija buscan resolver mientras disfrutamos nuestros “tiempos especiales”, muchas veces no se por qué eligen tal o cual actividad. Y esto, tengo que comentar, es algo que me encanta de hand in hand. Podemos ayudar a nuestros hijos, sin tener que entender siempre todo, solo confiando en la escucha, el juego, en la capacidad del amor, y en la sabiduría del cuerpo. Solo tienes que dejar el control en estos encuentros, dejándote llevar por el liderazgo de tu hijo y aprovechar de disfrutar a ese ser maravilloso que tienes enfrente, irradiándole todo tu amor y aceptación y el resto se da por sí solo. Con estos encuentros siempre noto cambios pequeños en la forma de estar, de ser o de recibir de mi hijo o hija, inmediatamente después de haber pasado este delicioso tiempo juntos. Puede ser un brillo distinto en los ojos, un “te quiero mamá” con su cara llena de felicidad, un comportamiento flexible en situaciones que antes no ha podido flexibilizar, una muestra de cariño o empatía con su hermana u otro, un querer compartir de mejor gana etc. En fin, esta simple herramienta siempre me devuelve a la naturaleza dulce y bondadosa de mis niños.

Esta vez fue una de esas veces, en que pude verlo todo… Ese año en particular, el año de kinder, había sido un año especialmente desafiante e intenso para él y para mi. Era el año en que él había empezado el colegio, y así toda la familia. Por otro lado, habíamos vuelto a vivir a nuestro país, luego de haber vivido dos años fuera, por lo que estábamos adaptándonos no solo a nuestra nueva casa y vida en Chile, sino también al sistema escolar. Para ayudarnos, tanto a él como a mi misma, había decidido hacer “special time” en forma diaria (alrededor de 10 minutos) justo al volver del colegio o justo antes de comenzar con la rutina de acostarlos (algo que también hacía con mi hija en otro momento del día). Esto estaba funcionando bastante bien, nos estaba ayudando a acercarnos y conectarnos en estos tiempos difíciles.

Ese día, el “special time” me dió la posibilidad de acompañarlo y ayudarlo a elaborar una situación de él, con una actividad que yo no habría sabido escoger. En este tiempo, tú sólo dices cuándo, cuánto tiempo tienes disponible y dónde lo van a hacer; él decide el resto. Esta anécdota en particular, ejemplifica muy bien como la seguridad y cercanía que vas construyendo en el tiempo, dándole special time a tu hijo, hace que para él o ella sea mas fácil poder trabajar en asuntos atascados que necesitan trabajarse de una manera clara y sanadora.

“Ese día mi hijo estaba de un ánimo difícil, enojón y poco tolerante. Desde que lo había recogido del colegio  que estaba muy demandante, pidiendo ayuda para cosas que podía y le gustaba hacer solo, como encontrar sus zapatos de fútbol, cambiarse de ropa, quería ser el primero en subirse al auto, en sentarse a la mesa a almorzar, no quería la ventana abierta, tampoco cerrada… Y así… Me acerque y mirándolo a los ojos, le propuse cariñosamente que una vez que termináramos de almorzar fuéramos a pasar un tiempo juntos haciendo “Special Time”.

Puse el timer 20 minutos y le pregunté a mi hijo con todo mi amor y entusiasmo “¿qué tienes ganas de hacer?” Esbozando una pequeña sonrisa, me pidió que lo envolviera en una manta en posición fetal y que luego lo tomara por las puntas de la manta, simulando que el estaba dentro de mi vientre (era un juego que me había pedido jugar varias veces ese año) y que luego tratara de llevarlo de una pieza a otra, con escaleras incluídas. Generalmente,  ambos nos reíamos mucho con este juego y esta vez no fue la excepción.

Pero este día, además de los recorridos habituales, mi hijo me pidió que lo llevara al auto pretendiendo que íbamos al hospital. Me pidió que le cantara. Empecé a cantarle y a decirle lo feliz que estaba de conocerlo, que habíamos pensado su nombre y por qué queríamos nombrarlo así. No podía parar de reírse. Me dí cuenta que, en especial, le gustaba escuchar su nombre y con cuánto amor lo estábamos esperando. Así que continué contándole sobre todo lo que estaba pasando en ese momento, sobre los planes que teníamos con su papá para nuestra familia. Él continuaba riéndose y al mismo tiempo seguía el juego moviéndose en la manta. En un momento cuando estaba sacando tímidamente un dedito y luego una patita de la manta, le dije emocionada que por favor esperara un momento antes de nacer para estacionar el auto. Esto le pareció extremadamente divertido, así que seguí el juego por ahí. Detuve el auto y él empezó a moverse hacia la ventana, yo me bajé del auto y por fuera, lo recibí mientras él salía por la ventana, aún envuelto en la manta. Nos acostamos bajo la sombra  de un árbol y comencé a examinar detenidamente su carita, llena de gusto y afecto, diciéndole lo lindo que era, describiéndole su boquita, su preciosa nariz y sus maravillosos ojos. Él me miraba atento, con una gran y relajada sonrisa. Disfrutaba mucho como yo le contaba lo contenta que estaba.

Más tarde, cuando terminó nuestro “Special Time” y volvimos a la casa, quedé impresionada del cambio que tuvo en su comportamiento. Estaba listo para terminar un lego de muchas piezas que había dejado hace un par de semanas por lo largo y difícil. Incluso cuando lo terminó invitó a su hermana menor (de 3 años) a jugar con los legos, algo que generalmente no le gusta, porque se le pierden piezas.  Ese día los dos lo pasaron muy bien jugando juntos. Además esa necesidad imperante de tenerme cerca todo el rato, como lo había necesitado antes del “Special Time”, se había ido. Hasta se puso solo su piyama antes de acostarse.

Por mi parte, me sentí muy feliz por mi hijo y por el tiempo que también tuve para mi y poder hacer mis cosas, mientras él jugaba con su hermana y hacía las suyas. Fue una experiencia intensa y maravillosa, y tuve el tiempo para poder compartirlo con mi pareja de escucha pudiendo elaborar y acceder a mis emociones también guardadas sobre su parto”.

Para más sobre tiempo especial leer Special Time Is Always About Something

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